>
| |
| |
| |
| |
| |
EL VERDADERO DIABLO Una Exploración Bíblica |
correo electrónico del autor, Duncan Heaster
Contenido Capítulo 2 - Algunas Enseñanzas Básicas de la Biblia Capítulo 3 - Algunas Implicaciones Prácticas 3-1 Algunas Implicaciones Prácticas Capítulo 4 - Demonios Capítulo 5 - Un Examen de los Pasajes Específicos de la Biblia que Mencionan al Diablo y a Satanás Capítulo 6 - Algunas Conclusiones |
|
2-2 El Origen del Pecado y del Mal Muchos creen que hay un ser o monstruo llamado el Diablo o Satanás, el cual es el que origina los problemas que hay en el mundo y en nuestra vida, y que es responsable de los pecados que cometemos. La Biblia enseña claramente que Dios es todopoderoso. Hemos visto en el estudio 2-1 que los ángeles no pueden pecar. Si verdaderamente creemos en estas cosas, entonces es imposible que exista algún ser sobrenatural en acción en este universo, que sea contrario al Dios Todopoderoso. Si creemos que existe semejante ser, entonces sin duda estamos poniendo en duda la supremacía del Dios Todopoderoso. De ahí la importancia del tema. En Hebreos 2:14 se nos dice que Jesús destruyó al Diablo por medio de su muerte; por lo tanto, a menos que tengamos un correcto entendimiento acerca del Diablo, probablemente vamos a entender mal la obra y naturaleza de Jesús. Por lo general en el mundo, especialmente en el mundo cristiano, existe la idea de que las cosas buenas de la vida vienen de Dios, y las cosas malas proceden del Diablo o Satanás. Esta no es una idea nueva; en el capítulo 1 vimos que los persas creían que había dos dioses, un dios del bien y la luz (Ahura Mazda), y un dios del mal y la oscuridad (Ahriman), y que esos dos se hallaban empeñados en un combate mortal (1). Ciro, el gran rey de Persia, creía precisamente esto. Por lo tanto, Dios le dijo: "Yo soy Jehová, y ninguno más hay; no hay Dios fuera de mí... Yo, que formo la luz y creo las tinieblas, que hago la paz y creo la adversidad [el "mal" KJV; "calamidad" NVI]; yo Jehová soy el que hago todo esto" (Isaías 45:5-7, 22). Dios crea la paz y crea el mal, o calamidad. En este sentido hay una diferencia entre el mal y el pecado, el cual es una falta del hombre; el pecado entró en el mundo por causa del hombre, no de Dios (Romanos 5:12). El pasaje de Isaías 45:5-7 es muy significativo en el sentido de que es una de las muchas alusiones en Isaías a la creación. Dios creó la luz y las tinieblas en Génesis 1; fue el mismo Dios que separó la luz de las tinieblas. El hecho que Dios creó literalmente todas las cosas significa que cualquier "oscuridad" o tinieblas procede finalmente de Dios y está bajo su control. El relato de la creación en Génesis está estructurado para deconstruir las ideas populares acerca del mal, del Satanás personal, etc. Por ejemplo, los antiguos entendían que el mar era una fuente del mal radical e incontrolado. No obstante, el relato del Génesis recalca que el mar fue creado por Dios, y él lo juntó y le puso límites (Génesis 1:9; Job 26:10; 38:11). Se ha señalado que "el relato de Génesis 1 se entiende mejor como un acto de polémica antimitológica" (2). Y quizás es por eso que Isaías alude con tanta fuerza, en su demostración de que no hay dios del mal y dios de la oscuridad; sólo existe el único Dios todopoderoso de Israel. Dios dijo a Ciro y al pueblo de Babilonia que "no hay [otro] Dios fuera de mí. La palabra hebrea "el" traducida como "Dios" significa fundamentalmente "fuerza, o fuente de poder". Dios estaba diciendo que no hay fuerza de poder en existencia aparte de él. Esta es la razón por qué un verdadero creyente en Dios no debería aceptar la idea acerca de un Diablo sobrenatural o demonios. Dios, el Creador de Calamidades
La Biblia abunda en ejemplos de que Dios lleva el mal a la vida de las personas y a este mundo. Amós 3:6 dice que si hay alguna calamidad en una ciudad, Dios la hizo. Si, por ejemplo, hay un terremoto en una ciudad, a menudo se cree que "el Diablo" tenía designios para esa ciudad y causó la calamidad. Pero el verdadero creyente debe entender que es Dios el responsable de esto. De este modo, Miqueas 1:12 dice que "de parte de Jehová el mal había descendido hasta la puerta de Jerusalén", en cumplimiento de la predicción de Dios que dice: "He aquí yo traigo mal sobre este pueblo" (Jeremías 6:19). Las enfermedades también provienen de Dios y no de un Satanás personal. "Jehová… traerá sobre ti todos los males de Egipto" (Deuteronomio 28:60); ""... y le atormentaba [a Saúl] un espíritu malo de parte de Jehová" (1 Samuel 16:14); "¿Quién dio la boca al hombre? ¿o quién hizo al mudo y al sordo, al que ve y al ciego? ¿No soy yo Jehová?" (Éxodo 4:11). En el libro de Job vemos como Job, un hombre justo, perdió los bienes que tenía en esta vida. El libro enseña que la experiencia del "mal" en la vida de una persona no es directamente proporcional a su obediencia o desobediencia a Dios. Job reconoció que "Jehová dio, y Jehová quitó" (Job 1:21). Él no dijo 'el Señor dio y Satanás quitó'. Él comentó a su esposa: "¿Recibiremos de Dios el bien, y el mal no lo recibiremos" (Job 2:10). Al final del libro, los amigos de Job lo consolaron por "todo aquel mal que Jehová había traído sobre él" (Job 42:11 compare con 19:21; 8:4). De este modo, Dios, que tiene el control de todas las cosas, usa a gente inicua para llevar el mal a su pueblo como disciplina o castigo. "Porque el Señor al que ama, disciplina... Si soportáis la disciplina... después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados" (Hebreos 12:6-11). Esto muestra que las pruebas que Dios nos da finalmente nos conducen a nuestro crecimiento espiritual. Es colocar la palabra de Dios en contra de sí misma para que diga que el Diablo es un ser que nos fuerza a pecar y a ser injustos, mientras que al mismo tiempo supuestamente trae problemas a nuestra vida los cuales nos conducen a nuestro desarrollo del "fruto apacible de justicia". La idea tradicional acerca del Diablo se topa aquí con serios problemas. Especialmente serios porque hay pasaje que hablan de entregar un hombre a Satanás "a fin de que su espíritu sea salvo", o "para que aprendan a no blasfemar" (1 Corintios 5:5; 1 Timoteo 1:20). Si Satanás es realmente un ser empeñado en hacer que los hombres pequen y en ejercer un efecto espiritual negativo en la gente, ¿por qué estos pasajes hablan de Satanás de una manera positiva? La respuesta se halla en el hecho de que un adversario, un "Satanás" o dificultad en la vida, pueden a menudo resultar en efectos espirituales positivos en la vida de un creyente. Si aceptamos que el mal procede de Dios, entonces podemos orar a Dios para que haga algo con los problemas que tenemos, por ejemplo, quitarlos. Si él no los quita, entonces sabemos que son enviados por Dios para nuestro bien espiritual. Ahora bien, si creemos que existe un ser maligno llamado el Diablo o Satanás que sería el causante de nuestros problemas, entonces no hay forma de aceptarlos. Invalidez, enfermedades, muerte súbita o calamidad habrían de tomarse simplemente como mala suerte. Si el Diablo es algún poderoso ángel pecador, entonces será mucho más poderoso que nosotros, y no tendremos más opción que sufrir en sus manos. Por contraste, nos sentimos reconfortados de que bajo el control de Dios, "todas las cosas le ayudan a bien" a los creyentes (Romanos 8:28). Por lo tanto, no hay tal cosa como "suerte" en la vida de un creyente. Si nos proponemos impávidamente llegar al fondo del asunto de dónde procede el mal / calamidad que hay en este mundo, y si aceptamos la Biblia como la fuente definitiva de la verdad y de la revelación de Dios para nosotros, entonces quedamos con la seria conclusión de que Dios es finalmente la causa del mal. Esto es para algunos muy difícil de aceptar, y vimos en el capítulo 1 cómo los paganos y los cristianos tradicionales por igual han lidiado y tratado de esquivar y salir de la situación. Basilio el Grande [así llamado] incluso escribió un libro titulado That God Is Not the Autor of Evil [Que Dios no es el autor del mal] (3). Tal es la obstinada negativa a aceptar el testimonio bíblico, incluso entre los así llamados "padres" de la más amplia iglesia cristiana. El Origen del Pecado
Debe recalcarse que el pecado procede de dentro de nosotros. Es falta nuestra que pequemos. Por supuesto, sería agradable creer que no fue falta nuestra que pequemos. Podríamos libremente pecar y entonces excusarnos con el pensamiento de que el causante fue realmente el Diablo, y que la culpa por nuestro pecado debe recaer completamente sobre él. No es inusual que en casos de conducta extremadamente inicua, la persona culpable haya suplicado clemencia porque, dice ella, estaba poseída por el Diablo en aquella ocasión y por lo tanto no era responsable de lo que hizo. Pero, con justa razón, se considera que tan débiles excusas no tienen fundamento en absoluto, y se dicta sentencia sobre esa persona. Es necesario que recordemos que "la paga del pecado es muerte" (Romanos 6:23); el pecado conduce a la muerte. Si no es nuestra culpa de que pequemos, sino del Diablo, entonces un Dios justo debería castigar al Diablo y no a nosotros. Pero el hecho de que seamos juzgados por nuestros propios pecados muestra que nosotros somos responsables de nuestros pecados. " Nada hay fuera del hombre que entre en él... Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios... la soberbia, la insensatez. Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre" (Marcos 7:15-23). La idea de que hay algo pecaminoso fuera de nosotros, que entra en nosotros y causa que pequemos es incompatible con la clara enseñanza de Jesús sobre este tema. Desde dentro, del corazón del hombre, proceden todas estas cosas. Es por eso que, al tiempo del diluvio, Dios consideró que "el intento [Heb. "impulso"] del corazón del hombre es malo desde su juventud" (Génesis 8:21). Santiago 1:14 nos dice cómo somos tentados: "Cada uno [es el mismo proceso para cada ser humano] es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido". Somos tentados por nuestros propios deseos malignos; no por nada externo a nosotros. "¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros?", pregunta Santiago; "¿No es de vuestras pasiones?" (Santiago 4:1). Cada uno de nosotros tiene tentaciones personales específicas. Por lo tanto, tienen que ser generadas por nuestros propios deseos malignos, porque éstos son de índole personal en nosotros. Ciertamente, nosotros mismos somos nuestros peores enemigos. Salmos 4:4 localiza la llave para vencer al pecado que se halla dentro de la mente humana: "No pequéis; meditad en vuestro corazón". Santiago 1:13-15 usa una analogía familiar; un hombre y "su propia concupiscencia" engendran un hijo, llamado pecado; y el pecado, en su debido tiempo, da a luz la muerte. Es extraño, sin duda, que Santiago no haga ninguna mención de un Diablo personal o de demonios que hayan tenido siquiera alguna participación en este proceso. Es muy posible que el lenguaje de Santiago esté aludiendo a un clásico ejemplo del proceso pensamiento-deseos-tentación-pecado-muerte que tenemos en el relato acerca de Acán en Josué 7:20, 21: "Pues vi... doscientos siclos de plata... lo cual codicié y tomé... yo he pecado", y por lo tanto fue ejecutado. El libro de los Romanos trata en gran parte del pecado, su origen y cómo vencerlo. Es muy significativo que en el libro no haya ninguna mención acerca del Diablo y sólo una acerca de Satanás; en el contexto de lo que dice acerca del origen del pecado Pablo no hace ninguna mención en absoluto del Diablo o de Satanás. En realidad, la Digresión 3 explica que Romanos es un caso en que Pablo deconstruye las ideas populares acerca del Diablo. El silencio de Pablo acerca del Diablo en los pasajes de Romanos que hablan acerca del origen del pecado ya ha sido comentado por otros. "Pablo nunca va más allá del ámbito de la historia, ni especula sobre los orígenes del hombre o en las razones mítico cósmicas de su estado caído, sean éstas el Diablo o el destino. En cambio, se ciñe al pecado de Adán, el pecado característico de todos los hombres, es decir, el deseo del hombre por imponer su propia voluntad en contra de Dios, el deseo que llevó a Adán a quedar bajo la maldición de la muerte. De este modo, [para Pablo], la voluntad del hombre es la causa del pecado" (4). Si existiera un ser externo que nos hiciera pecar, ¿no debería, sin duda, haber una extensa mención de él en el Antiguo Testamento? Pero hay un muy profundo y significativo silencio de esto. El relato acerca del período de los jueces, o de Israel en el desierto, muestran que en aquellos tiempos Israel pecaba muchísimo. Pero Dios no les advirtió acerca de un poderoso ser o fuerza sobrenatural que podía entrar en ellos y hacerles pecar. En cambio, los alentaba a que se allegaran a su palabra a fin de que no fuesen a caer en los caminos de su propia carne (por ejemplo, Deuteronomio 27:9, 10; Josué 22:5). Números 15:39 es especialmente claro respecto a nuestras innatas tendencias pecaminosas. "No sigáis a vuestro corazón ni a vuestros ojos, a los cuales estáis inclinados a seguir lascivamente" (traducción de Heschel). En algunas liturgias judías tradicionales, este versículo se debe repetir dos veces al día. Y así debiéramos hacerlo todos nosotros. Porque este es el corazón del asunto, la esencia de la lucha del creyente contra el pecado interior. El libro de Eclesiastés aborda el problema de la injusticia de la vida y el sufrimiento esencial de cada persona, ricos o pobres, y, de nuevo, las palabras Satanás, Diablo, ángel caído, Lucifer, etc., simplemente no aparecen ahí. Pablo se lamenta: "Nada bueno mora en mí, esto es, en mi yo carnal... porque aunque la voluntad de hacer el bien está ahí, la capacidad para llevarlo a cabo no está... si lo que hago es en contra de mi voluntad, claramente ya no soy yo el agente, sino el pecado que mora en mí" (Romanos 7:18-21 REB). Ahora bien, él no culpa por su pecado a un ser externo llamado el Diablo. Él localiza a su propia naturaleza maligna como la verdadera fuente del pecado; no soy yo el que lo hace, "sino el pecado que mora en mí". Así pues, descubro este principio; que cuando quiero hacer el bien, sólo el mal está a mi alcance". Y él dice que la oposición a ser espiritual viene de algo que él llama "el pecado... que mora en mí". El pecado es "el camino de su corazón" [del hombre]" (Isaías 57:17). Cada persona de mente reflexiva y espiritual llegará a la misma clase de conocimiento de sí mismo. Debe notarse que incluso un cristiano supremo como Pablo no experimentó un cambio de naturaleza después de su conversión, ni fue colocado en una posición en la cual él no pecaría ni podría pecar. David, otro hombre indudablemente justo, también comentó sobre la dominante naturaleza del pecado: "He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre" (Salmos 51:5). La Biblia es bastante explícita respecto a las tendencias pecaminosas que hay dentro del hombre. Si se reconoce esto, no hay necesidad de inventar una persona imaginaria externa a nuestra naturaleza humana, la cual sería responsable de nuestros pecados. Jeremías 17:9 dice que el corazón del hombre es tan desesperadamente perverso y engañoso que en realidad no podemos darnos cuenta de la tremenda magnitud de su pecaminosidad. Eclesiastés 9:3 no podría ser más claro: "El corazón de los hijos de los hombres está lleno de mal". Efesios 4:18 da la razón de que el hombre se halla distanciado de Dios "por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón". Es debido a nuestro corazón espiritualmente ciego e ignorante, nuestra forma de pensar que se halla dentro de nosotros, que estamos distanciados de Dios. En línea con esto, Gálatas 5:19 se refiere a nuestros pecados como "las obras de la carne"; es nuestra propia carne ("naturaleza carnal", R.E.B.), la que causa que cometamos pecados. Ninguno de estos pasajes explica el origen del pecado que está dentro de nosotros diciendo que el Diablo lo puso ahí; las tendencias pecaminosas son algo que todos tenemos por naturaleza desde el nacimiento; es una parte fundamental del carácter humano. Y sin embargo, aunque el corazón es en verdad una fuente de maldad, debemos procurar controlarlo. Es muy simple: "Apártate del mal, y haz el bien" (Salmos 34:14).. No podemos culpar a la perversidad de nuestra naturaleza por nuestras fallas morales.. "El corazón que maquina pensamientos inicuos" es algo que Dios odia ver en los hombres (Proverbios 6:18). Un Israel réprobo se excusaba diciendo: "Es en vano; porque en pos de nuestros ídolos iremos, y haremos cada uno el pensamiento de nuestro malvado corazón" (Jeremías 18:12). En este mismo contexto se nos recuerda que el corazón es una fuente de maldad humana (Jeremías 17:9). Pero, el pecado se produce al asumir que, por lo tanto, no tenemos necesidad de esforzarnos por adquirir el dominio de uno mismo, y que la debilidad de nuestro corazón justificará que cometamos pecados. Debemos reconocer y incluso analizar la debilidad de nuestra naturaleza [lo cual es el propósito de este capítulo] y en la fuerza de ese conocimiento, procurar hacer algo para limitarla. "Sobre toda cosa guardada [Heb. "por sobre todas las cosas"], guarda tu corazón; porque de él mana la vida" (Proverbios 4:23). Ananías podía controlar si "Satanás" llenara o no su corazón, y fue condenado por no hacerlo (Hechos 5:3). Si pensamos que un ser llamado "Satanás" irremediablemente influye en nosotros para que pequemos, llenándonos con el deseo de pecar en contra de nuestra voluntad, entonces estamos cometiendo el mismo error fatal de Israel y Ananías. El judaísmo tradicional llama a nuestra inclinación al pecado el yetzer ha'ra. Pero Dios no está en desconocimiento de ello. En realidad, él está plenamente consciente de ello. "Porque él conoce nuestra condición [yetzer]; se acuerda de que somos polvo" (Salmos 103:14). Y en su sistema perfecto, él hizo un camino de escape haciendo que su Hijo tuviera esa misma naturaleza, esas mismas inclinaciones al pecado; y sin embargo él nunca pecó. Y la naturaleza representativa de su sacrificio abre el camino para que nos identifiquemos con él en su muerte por medio del bautismo, de manera que podamos participar de su vida eterna. Observación Práctica
El pecado ocurre como un elemento de importancia en los escritos de Pablo; no sólo en Romanos, donde él habla bastante acerca del pecado sin insinuar que una figura satánica sobrenatural tenga algo que ver en el asunto. El ve al pecado jugando un papel casi positivo y creativo en la formación del verdadero cristiano, tanto individualmente como e3n lo que atañe a la historia de la salvación. Él habla de cómo se dio la ley mosaica para, por decirlo así, hacer resaltar el poder del pecado; pero por medio de esto, la ley nos lleva a Cristo, debido a nuestra desesperación y fracaso en obedecer "a fin de que [Gr. Hina, una cláusula de propósito] fuésemos justificados por la fe" (Gálatas 3:24-26). Las maldiciones por la obediencia fueron "a fin de que [hina] llegara a los gentiles... la bendición de Abraham" (Gálatas 3:10-14 Biblia de Jerusalén). Observe que fue la ley, "la Escritura", la que consignaba las cosas al pecado; no un Satanás personal. Lo que quiero decir es que Dios usó el pecado, hina, "a fin de que" todo terminara en un resultado espiritual positivo. En verdad esto parece ser la idiosincrasia de Dios, trabajar por medio del fracaso humano para su gloria. Este punto de vista acerca del pecado, con el cual cualquier creyente maduro seguramente concordará sobre la base de su propia experiencia, es imposible conciliar con las ideas del dualismo, según las cuales Dios y el "pecado" son radicalmente opuestos, y están librando una batalla campal que se sitúa entre el cielo y la tierra, sin un terreno común. No, Dios es verdaderamente Todopoderoso en todo sentido, y esto incluye su poder sobre el pecado. La vida, la muerte y la resurrección de su Hijo fueron su método para tratar con el pecado, para su gloria. He procurado compartir la enseñanza bíblica de que el pecado procede del interior de la mente humana y, por lo tanto, nosotros somos los responsables de nuestro pecado. No obstante, estas conclusiones seguramente coinciden con nuestra experiencia y observaciones de la vida humana. Freud analizó nuestra gran capacidad para el autoengaño; Marx vio claramente que el mundo entero está estructurado alrededor del interés propio de los seres humanos y de las decisiones de nivel micro y macro que dicta nuestro egoísmo innato. Y estos son lo elementos que esculpen la vida y el mundo que conocemos. Estas observaciones de Freud y Marx son correctas, incluso si sus extrapolaciones estén equivocadas. Y seguramente nuestra propia experiencia confirma que es así como son las cosas en este mundo y en nuestra vida; y esto es exactamente lo que enseña la Biblia. No obstante, también procuramos, insensatamente, justificarnos a nosotros mismos con tanta fuerza como lo hacemos para engañarnos a nosotros mismos. No nos gusta admitir que la inhumanidad, por ejemplo, los horrores de los campos de muerte nazis y estalinistas, pudieron realmente proceder de la naturaleza humana misma que nosotros también compartimos; luchamos contra la inhumanidad que es parte de nuestra humanidad, exactamente porque compartimos esa misma humanidad. Nosotros poseemos una "tendencia a identificar el mal puro y simple con los demás, y el bien con nosotros mismos" (5). La enseñanza de la Biblia es bastante clara; el pecado proviene del interior de nosotros, no somos completamente malos, pero tampoco somos enteramente "buenos". Incluso el Señor Jesús mismo objetó que se le llamara "bueno" en ese sentido, porque él también era humano (Marcos 10:18). La verdadera descripción de nuestra humanidad, la naturaleza humana, es más compleja que simplemente decir que "somos buenos" o "somos malos". Yo sostengo que la explicación que la Biblia hace de nosotros, según ya se ha señalado, es la única exacta y factible. Ciertamente, "ver a la serpiente como representativa de un poder del mal, un Diablo personal allende de este mundo, no sirve de nada para resolver el problema de los orígenes del mal; tan sólo empuja el problema una etapa más atrás" (6). Permítaseme repetir una vez más: el llamado a separarnos del pecado que está dentro de nosotros se halla destacado en cada página de la Escritura. La verdadera batalla, la lucha en su nivel más esencial, se efectúa dentro de la mente humana, y no entre nosotros y alguna entidad maligna en el cielo o en el éter exterior. La separación fundamental entre la luz y las tinieblas que empezó en la creación se ha de vivir hasta el fin en cada mente humana. No hacer esto es lo que lleva a tanto dolor humano. Abraham Heschel, sobreviviente del Holocausto, llega al quid del asunto: "El ego es un poderoso rival del bien... Las tragedias en la historia de la humanidad, las crueldades y los fanatismos no han sido causados por criminales sino por gente buena... los cuales no entendieron la extraña mezcla del interés propio y los ideales que componen todos los motivos humanos. La gran contienda no es entre creyentes temerosos de Dios y creyentes injustos... El destino del género humano depende de que nos demos cuenta de que la distinción entre el bien y el mal, la verdad y el error, es superior a todas las otras distinciones... Enseñar a la humanidad la primacía de esa distinción es la esencia del mensaje bíblico" (7). Las cosas acerca de las cuales estamos escribiendo no podían ser más importantes. Esta separación fundamental entre el bien y el mal, la verdad y el error, espíritu y carne, tiene que hacerse al interior de nuestra mente. La idea de un Satanás externo elude el problema. Porque el objetivo de la verdadera religión, del correcto cristianismo, apunta por entero a nuestro ser y transformación personal. El mal que vemos en el mundo, el craso mal que nos repugna y nos agravia es, en esencia, lo que está ocurriendo dentro de nosotros. No estamos tan separados de ello como nos gustaría pensar. Como Heschel lo expresó profundamente: "El mal es indivisible. Es lo mismo en el pensamiento como en la voz, en privado como en la vida social" (8). El pensamiento hostil es de la misma esencia que la palabra hostil, tal como el señor Jesús enfatizó vigorosamente en todo su Sermón del Monte. El pensamiento es como el acto. Y asimismo el asesinato de millones es parte integrante del pensamiento tranquilo o acto de crueldad. Podemos ahondar un poco más en esto; si el mal es en verdad indivisible, entonces debemos estar conscientes de que incluso puede salir a la superficie dentro de la religión. Me refiero no tan sólo a todo el mal que se ha hecho en el nombre de la religión, sea cristiana, musulmana u otra. Más penetrantemente me pregunto si como un "pueblo religioso" nos damos cuenta que la carne y el espíritu por igual se mezclan dentro de nosotros, justo en nuestro corazón, cuando formulamos nuestras creencias, actuamos según ellas, intentamos interpretar la Biblia, hacemos actos de bondad, etc. Nuestros motivos son a menudo impuros y enredados; y sólo ante la suprema y final autoridad de la palabra de Dios podemos desenredarlos. El Pecado y el Mal
He trazado una distinción entre el mal moral, es decir, el pecado humano, y el "mal" en el sentido de desastre, el cual finalmente es permitido e incluso creado por Dios. Los términos "pecado" y "mal" se usan a menudo de manera intercambiable, lo que hace necesario reconocer la distinción que he trazado, porque creo que se enseña con claridad en la Biblia. Esta división, que es tan clara en la Biblia, no es tan clara en la mayoría de otras religiones. "La mayoría de las religiones antiguas remontaban incluso el mal moral al asunto de la creación física" (9), es decir, existía la suposición de que la estructura misma del mundo está de algún modo contaminada o maldecida como resultado de los "acontecimientos de la caída" en el "principio". La Biblia hace hincapié en que Dios creó el mundo "muy bueno", "la tierra es de Jehová", y tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo para que muriera por nuestra redención. La Biblia asimismo enseña que el pecado es siempre el resultado de la voluntad humana; nunca culpa a algo material. Nada hay fuera de una persona que pueda entrar en ella y contaminarla, enseñó el Señor Jesús (Marcos 7:15-23). Ciertamente él no enseñó que podemos culpar por el pecado a "Satanás". Insistentemente, él recalca que el corazón humano, el pensamiento lujurioso, los impulsos destructivos de la ira, son lo que en la práctica llevan a pecar (Mateo 5:22, 28). Las aparentemente pequeñas claudicaciones que se hacen al pecado al interior del corazón humano son lo que llevan a malas acciones; la enseñanza de Jesús es realmente muy clara sobre esto. Aunque la creación natural se halla en un estado caído como resultado del pecado humano, no es mala en sí misma, y no se le puede culpar a su influencia por el pecado humano. Es sorprendente como muchas religiones, al procurar explicar el pecado y el mal, no hacen esta distinción; tratan de minimizar el pecado humano y al hacerlo eluden el foco fundamental del requerimiento de Dios: cambiar el camino que nosotros pensamos al camino de él. Notas (1) Bien documentado en Edwin M. Yamachi, Persia and the Bible (Grand (2) John McKenzie, Second Isaiah (New York: Doubleday, 1968) p. LIX. (3) Citado extensamente en J. Martin Evans, “Paradise Lost” and the Genesis (4) Günther Bornkamm, Paul (London: Hodder & Stoughton, 1975) p. 124. (5) Tzvetan Todorov, en Simon Wiesenthal, The Sunflower (New York: (6) Mark Robertson, The Legacy of Eden: The Meaning of the Fall in Human (7) Abraham Heschel, Between God and Man: A Philosophy of Judaism (8) Ibid p. 257. (9) G.P. Gilmour, The Memoirs Called Gospels (Toronto: Clarke, Irwin, 1959)
|